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El buen y el mal gusto


Lilith rechazó los cortejos de Adán con una cólera tremenda, no era de su gusto que un ser creado igual o peor que ella copulara encima de su perfecta anatomía, entonces se marchó del Edén y se casó con Samael. Nuestros lectores dirán que este asunto mitológico implica mucho más que gusto, pero apelo a su paciencia y les pido detenerse en esta trivialidad y versar como distraídos, al fin, que somos.

En los síntomas del gusto están nuestras actitudes frente a lo observado o padecido. Hay posturas morales y una preñez de sentido en cuanto una preferencia influye en nosotros, afirmándose la concepción de lo percibido, haciendo del gusto una sentencia: “esto es bello, aquello me horroriza”.

Partiendo de lo que nos pueda revelar el gusto, cómo no sentir interés por analizar, de alguna manera, el de los escritores y sus consecuencias nefastas, otras veces salvadoras, para la naturaleza de sus obras.

Quien no se enamore de lamias y bestias del monte y no se busque nocturno en el ojo de la lechuza, que no permita la embriaguez, al Dionisio de las tribus de todos los mundos, tendrá por materia entendida, que su espíritu gusta de alas perfectas en armonías de luz y apaciguamiento, será como un feliz seguidor de Apolo, el Sol.

De entre esta estirpe de artistas de la apariencia y el sueño, mal puede uno hallarse con famélicos y puritanos versificadores. Esto no resta a sus talentos, pero su mal gusto huele entre todas sus páginas y arruina la emoción y el entusiasmo de sensibles y descarriados lectores, exigentes de alientos más vitales y huellas de sinceridad y autenticidad de la vida misma.

Estos poetas no escribirían jamás como lo hizo el maestro William Blake, porque no apreciarían la belleza en la tragedia del invierno ni en el triste destino del hombre, para ellos no valdrán cantos de la Inocencia ni de la Experiencia; no lo harán, porque antes ni ahora creerán en las hadas y carecerán de pureza para fundar la divinidad de un mundo propio. No… eso es demasiado extravagante.

Estos puristas y viejistas empañan el panorama, en nuestro país hay lectores de Borges, de Octavio Paz y hasta de Machado, gente que verdaderamente cansa. ¿Qué cosa peor que estos aburridos lectores de gigantes?

Hablando de esta manera pensarán que odio a Neruda o a los tres antes mencionados, esto no es así, el mal gusto está en hacer moral con el arte, separar fieles de paganos y propagar una clerecía chabacana, mordiendo el subterráneo propósito de sembrar falsos dioses, forzar la historia y arrebatarle su voluntad.

Lectores de Apollinaire, de Villon y de “Gaspard de la nuit”, salven el futuro. Con Lilith engendrarán efímeros demonios y con Eva hijos para siempre. Hablamos aquí de hombres que seducen el riesgo, conquistadores inquietos, inventores de pararrayos y otros deslizamientos verbales que matan; entonces, quién no amará a Zacarías Espinal… créanme, lo amarán hasta con mal gusto.

Solo pensemos que “el Quijote” lo lee casi todo el mundo… ¡cuántos siglos de profanación! 

Mientras que en el bando de Dionisio, quién no odiará a los malos bromistas, estos que esconden en el estruendo y el espectáculo la anemia de sus espíritus, que celebran carnavales de palabras que no sostendrán su vuelo ni serán vuelo de nada porque jamás han sido tierra ni pluma en la tormenta.Porque no han sangrado. Ante todo está el buen gusto por la sangre. En nuestro país aún se aboga por sabores estériles y se empeñan en nadar en aguas de estanque; todavía nacen dinosaurios y se van muriendo nuestros sabios, sin darnos cuenta, es de buen gusto sentirse solo.

Sin embargo, también es de buen gusto creer en el porvenir. Mañana tendremos poetas maravillosos, que también leyeron “Les Iluminations”, el “Lago gaseoso”, y el poema a unos negros en un muelle que escribiera Tomás Hernández Franco, el autor de “Yelidá”, quién no diría que un exquisito gusto se producía de este hombre.

Pero es Federico García Lorca el verdadero retrato del buen gusto, Oscar Wilde guarda la forma, pero es Lorca, quien en sí, expresa en todo la belleza, popular y salvaje, colorida y dura, su poesía es expresión de todo lo libre y hermoso de la vida. Como lo es Rosa de Tierra en nuestra isla, la alquimia verbal y supremo misterio.

Es justo que la Poesía Sorprendida hoy esté bien vista, en su tiempo, haberla tratado con desprecio habría delatado una terrible actitud y una sentencia, no por la contradicción, sino por el inevitable error.

Así que, en medio de tanta barbarie, lo mejor es buscarse siempre unas alas nuevas con que despejar el aire impuro, saber que un genio cabe en cualquier rincón de la ciudad, aún sin licenciatura ni maestría, sin hacer ruido, ni nada que pueda calificarse de mal gusto.

(Este artículo, de un servidor, José Ángel M. Bratini, se publicó por primera vez en El Nacional, el 05 de julio de 2018)

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