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Panorámica de la poesía dominicana del siglo XXI




La literatura dominicana, según el escritor Abelardo Vicioso, inicia a partir del siglo XVII y es, según los ámbitos académicos, en 1877 que se publica el primer libro de versos de un solo autor, nada más y nada menos que “Fantasías indígenas”, de José Joaquín Pérez. Lo siguiente es el siglo XX, período en el que madura y se consagra una tradición rica de casi todos los géneros, pero en especial la poesía, toda una gama de movimientos, grupos, generaciones y lobos solitarios anteceden a la generación poética que surge en las primeras dos décadas del siglo XXI.

Antecedidos por un neoclasicismo y un romanticismo rezagados y superando la fiebre modernista desatada por Rubén Darío, la cual afectó hermosamente a nuestro vate Fabio Fiallo, se produjeron en el transcurso del siglo pasado movimientos y vanguardias como el vedrinismo, el postumismo, los independientes del 40, la Poesía Sorprendida, la generación del 48, la del 60, la de posguerra, el pluralismo, generación de los 80, el interiorismo, el contextualismo y otros. Una gran parte de este período se caracteriza por sus autoritarismos y falta de libertades, por la persecución y el despertar de una conciencia social, a veces, beligerante.

La importancia de las ideologías en la primera mitad del siglo XX es tanta que trasciende desde lo meramente político a lo estrictamente estético, a la poesía. Los discursos poéticos se van organizando entorno a las ideas en boga, provenientes a veces de la filosofía, del folklor, la psicología, la música, la pintura y hasta la aviación y el discutido caso de Jules Vedrines, el aviador francés que inspiró la vanguardia vedrinista en el poeta Vigil Díaz. Luego los postumistas y los sorprendidos serán claros ejemplos de una estética conceptualizada, practicada y discernible. Algo parecido irá ocurriendo con los grupos y generaciones siguientes, se compartirán aspectos comunes, que facilitan a un historiador segmentar por tendencias y épocas la historia de nuestra poesía.

Sin embargo, lo que ha estado ocurriendo a partir de la llegada del tercer milenio es una independencia y variedad de la práctica poética, y el criterio intelectual que la misma implica. Lejos quedaron los ismos y la similitud de un discurso poético generacional. El poeta del siglo XXI, posiblemente haya participado o participe en algún taller o grupo literario, pero su ambición poética es particular y en muchos casos antiacademicista.

Estos grupos o talleres en que se agrupan los jóvenes poetas son aprovechados como nichos de recreación y socialización de la poesía, pero más bien, de la poesía de cada quien, pues es un criterio individual lo que se expone y se discute en la mayoría de los casos, se analiza y se confronta pero nunca se ha dado hasta el momento, salvo la excepción erranticista, ningún abanderamiento estético abarcador.

El siglo XXI de la poesía dominicana es una vaca multicolor en la que la búsqueda particular predomina ante la formación de movimientos o grupos que, aunque los hay, son muy vagas las características estilísticas que los hace comulgar. El perfil individual y único de cada poeta es, paradójicamente, el carácter unificador de los poetas veintiunistas.

No podemos olvidar que esta joven generación ha tenido que ir descubriéndose en un panorama no solo nuevo, que sería lo normal, sino revolucionario, pero no desde la dimensión política y económica que tanto afectó a la centuria antecesora, sino desde las tecnologías de la comunicación y la electrónica que han interconectado al mundo en una red interactiva que jamás descansa ni duerme, se trata de una nueva mitología, la de las redes sociales. Los jóvenes poetas dominicanos, como en el resto de Latinoamérica, se han formado entre éstas y disponen de ellas como medios que puede gestionar y conectar con el mundo a su antojo, en pro de la difusión y promoción de la obra y su quehacer entorno a ese oficio.

Esto ha facilitado que se pueda visibilizar a jóvenes poetas en los más remotos rincones de la geografía nacional. Así es como esta nueva generación ha dado poetas de las aisladas periferias, de los segmentos urbanos empobrecidos y de la clase media capitaleña y provinciana. Da cabida a la diversidad de las minorías y por primera vez existe aquí un grupo de diversos poetas afines al movimiento quir y el feminismo, lo cual incluye proyectos editoriales como el Anticanon, con el que se busca destacar la participación de la mujer en la literatura dominicana, que en este siglo XXI es mayor y más visible que nunca, pese a los prejuicios que aún ponderan anacronismos e injusticias.

Solo un tema común existe y atraviesa, sin grandes distorsiones, un campo de variedades fluctuantes. El elemento ciudad aparece en la mayoría de los nuevos poetas y es que, aunque vivan o provengan de pueblos y campos, el poeta de hoy es citadino. La vida en la ciudad es la que define el devenir, delimita la conciencia y la expresión de nuestros jóvenes aedos. Sin embargo, y aquí cito al crítico Pedro Granados: “El efecto de la ciudad sobre la escritura de los y las poetas será irónico, disonante, marginal, fragmentario, triste”.

Asimismo este autor fija, creo que con mucha razón, un referente inaugural de la poesía dominicana del siglo XXI, con la publicación en el año 2000 del poemario “Cuartel Babilonia”, de Homero Pumarol, el cual se adhirió a una poética que se alejaba de las afecciones esnobistas y refinadas que comúnmente atraía a sus antecesores. Sin borracheras ideológicas, ni credos estéticos ni políticos, la poesía de Pumarol es profundamente social, retrata los escenarios y personajes marginales con trazos del habla coloquial del dominicano sin prescindir de los puentes referenciales que lo conectan, además, con la cultura global y una bien digerida lectura de la literatura universal.

Esta línea trazada por Pumarol dio apertura a autores como Frank Báez, Rey Andújar, Rita Indiana, Josefina Báez y Ariadna Vásquez, aunque esta última se distingue al poseer una estética más compleja y densa. Su poemario “Debí dibujar el mar en alguna parte” (Premio Anual de Poesía Salomé Ureña de Henríquez 2012) es un ejemplo de genialidad sublime y coloquial al mismo tiempo. Los demás, especialmente Frank Báez, realizarán una poesía que abordará los símbolos populares de la urbanidad dominicana vista desde dentro y desde fuera, en un tono jovial y paródico, o en una especie de patetismo psicodélico que envuelve a personajes y ambientes marginales o entre los nichos de la diáspora dominicana en Estados Unidos y Europa.

Aquí interviene también la interacción con los recursos de otras artes, especialmente la música, los audiovisuales y de las escénicas, la poesía performática.

Al margen de esta tendencia, que gozó de notoriedad en la primera década del siglo XXI, es decir, desde el 2000 hasta 2010, convive también una poesía más intimista, de una ambición estética más elaborada pero que, sin embargo, no abandona por completo la espontaneidad expresiva y aparece uno que otro caso de neobarroquismo, como son los poetas Pablo y Carlos Reyes. Otros, no barrocos, de entre una larga lista, son Orlando Muñoz, Néstor Rodríguez, Jesús Cordero, Farah Hallal, Petra Saviñón, Hermes de Paula, Alejandro González, Rosa Silverio, Víctor Saldaña y más.

El año 2011 es el primero de la segunda década de este siglo y a partir del cual se comenzará a manifestar una tendencia hacia un discurso poético de mayor esmero en la elaboración simbólica. La búsqueda se hará cada vez más personal e independiente y, contrariamente, a la vez en un contexto más interconectado, con más redes sociales y más distracciones que nunca, pero sin hasta ahora haber sucumbido en ningún momento.

Libros muy importantes y novedosos serán publicados en esta década recién terminada. En 2012 se publicó el poemario “Manual para asesinar narcisos”, de Rosalina Benjamín, un poemario que no dejó a nadie indiferente, tanto por la calidad artística como por su lúdica estructura. Unos meses antes también Isis Aquino publicó su primer poemario Quod Scripsi, una muestra gótica, con ademanes simbolistas y psicología decadente. En 2013 aparece también “La mujer en espiral de Jenet Tineo” y el inquietante “El álbum-K”, de un servidor (José Ángel Bratini) en ese mismo año. Otro libro a resaltar es “Sorbos de café”, de Reina Lissette Ramírez, en una hermosa edición de autor, con textos raros y bellos. Otros que también publicarán poemarios importantes son el poeta Luis Reinaldo Pérez, con una poesía que apela a la belleza y la nostalgia, entre sus libros se destacan “Temblor de lunas” 2012, “Urbania” 2013, y “Ciudad que alucino” 2016.

Mención aparte merecen Ricardo Cabrera y su poemario Hacia Yukahú, en 2017. He aquí una de las mejores muestras de poesía que se pueda  exhibir. Es indigenista y neobarroca al estilo Zacarías Espinal, intensa y lúdica. Es autor también del “Libro de Sayo” y de otro increíble poemario que es “Oro mustio” publicado en 2018.

Muchos son los nombres y libros que se deben mencionar aquí (no los puedo mencionar todos), para poder abarcar la complejidad del tejido estético variopinto de esta nueva generación, en la que cabe mencionar también otros poetas, en especial de las provincias, como son Danilo Rodríguez, Edwin Solano, Daniela Cruz Gil, Natacha Batlle, Belié Beltrán, Lorenzo Amparo, Joaquín Castillo, quien sorprendió a todos con su “De todo lo que pasa en mi calle”; Thaís Espaillat, Miguel de Vallester, Fernando Berroa, Marielis Duluc, Patricia Minalla, Argénida Romero, Vladimir Ramos, Lery Laura Piña, Juan Hernández Inirio y muchos otros talentosos jóvenes embarcados en la empresa de continuar una tradición que se inició hace unos trescientos años después de las devastaciones en la isla de La Española.


Por JAB


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