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La rima no hace al verso

 


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El poeta inglés John Milton publicó en 1667 “El paraíso perdido”, poema épico que se convirtió en un clásico de la literatura universal, compuesto en versos blancos porque su autor consideraba la rima como un recurso artificioso que además no tenía importancia en la métrica grecolatina.

Milton era un rebelde y a la vez un hombre muy cultivado en las bases de la literatura occidental, su postura no era simple necesidad de oposición, sino que logró entender que para lograr el matiz necesario para la que sería su obra capital debía acceder a un verso sin artificios que, en muchas ocasiones, se empleaba para encubrir la debilidad y hasta el prosaísmo de ciertas composiciones.

En un plano especulativo es posible imaginarse al viejo bardo inglés preguntarse: ¿acaso la rima hace al verso? Y seguramente la respuesta sería, “no lo creo”. Y es que el verso blanco era cultivado por los poetas más experimentados, ya que al emplearse en poemas carentes de rima, pero no de medida, la exigencia de su calidad poética era mayor y las obras por lo regular más ambiciosas.

Tanto en la poesía culta como en la popular son frecuentes los artificios como resultado de las diferentes necesidades de los artistas al momento de crear, no con ello persiguen, ni se constituyen sus búsquedas particulares en características naturales o inseparables del fenómeno poético. Por el contrario, suele haber en ellos nichos adecuados para la mediocridad y la falta de talento literario, tal como lo expresara Rimbaud, como en un grito desesperado: «¡Ya basta de prosa rimada».

La rima, en realidad, es un recurso literario relativamente moderno, común en algunas lenguas y en otras no. Incluso hay casos de prosa rimada en la edad media, en idiomas como el árabe y el hebreo. De esta última, en el año 1218 el escritor Yehudá ibn Sabbetay redactó en la península Ibérica “La ofrenda de Judá”, una obra capital de la literatura judía peninsular, traducida en el año 2006 en Granada, España, por la catedrática Ángeles Navarro Peiró.

Puede que suene raro hablar del empleo de la rima en otra estructura que no sea el verso, pero es posible: «Aunque la prosa rimada comparte con la poesía el sometimiento a un metro y a una rima, es mucho menos rígida en su aplicación, ya que no hay uniformidad en el número de sílabas, ni en la longitud de las frases, ni regularidad en los cambios de rima», explica la catedrática sobre su traducción.

Sin embargo, en lo que respecta a la lengua española, los poetas hasta finales del siglo XIX fueron muy celosos con el uso de la rima y las sílabas contadas. Aun así, tal como lo expuse en el trabajo anterior de las ideas de Pedro Henríquez Ureña, subyacía, no sin períodos de apogeo, la irregularidad métrica del verso, que para la época del Renacimiento fue enriquecida por el movimiento italianizante que promovieron Juan de Boscán y Garcilaso de la Vega, quienes introdujeron, entre otras novedades, el endecasílabo blanco.

Teniendo en cuenta la evolución de la poesía en las diversas culturas y las diferentes formas métricas que de ellas se han producido, es entendible no aceptar que un tipo de metro particular o un elemento tan superfluo como la rima sean impuestos como características definitivas de una estructura lineal de combinaciones sintácticas, con pretensiones estéticas, tan flexible como el verso.

La rima es un recurso sonoro, externo y memorístico, que bien supieron aprovechar las tradiciones poéticas española y francesa, por poner algunos ejemplos. No tanto los ingleses, que suelen apostar por la versificación acentual casi al estilo griego y romano, en el que se combinaban vocales largas y cortas, con tres o más compases acentuados. La rima era también un recurso de fácil manejo para el vulgo, que degeneraba o transformaba las formas cultas. La misma lengua castellana es producto de las deformaciones del latín vulgar.

El sólo hecho de la coherencia, de la evolución y diversidad de las formas métricas, incluso de la ausencia o violación total de ellas, me bastan para afirmar que la rima no hace al verso. Es el tiempo del arbitrio del poeta, el momento de crear y recrearse en su búsqueda personal, sin renegar de la importancia y el contexto en que lo sitúa la tradición.


(Este artículo se publicó por primera vez el 15 de mayo de 2021 en el periódico El Nacional )


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