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Una labor incansable

 


 

Prólogo de la antología poética "El llamado, Mateo Morrison", por José Ángel Bratini


La era que se inicia en República Dominicana a partir de los años sesenta, en el ámbito de la vida cultural y política, se caracteriza por la convergencia de ideas y movilizaciones nacidas en el seno de los diferentes clubes y organizaciones de jóvenes con la sensación reciente en sus cuellos de haber levantado cabezas luego de décadas sumergidos en las sombras. El momento para el mundo es convulso, de bando contra bando, la historia de la mayoría de los pueblos se resume a la confrontación dialéctica asumida como mecanismo del devenir, procesos supuestamente libertarios o sublimación de la violencia en el afán por completar las ambiciones de poder de los buenos o de los malos, quién sabe, no es momento para juzgar, sino para hablar de cómo se abrieron en provecho de la literatura aquellos nichos importantes de los que hoy podemos ver sus frutos: narradores y poetas notables, pero también seres humanos ejemplares, combatientes y mártires, pues hablo de un tiempo en que nos jugábamos nuestro destino.

Fuenteovejuna, es decir el pueblo, se movilizó contra las tiranías, la miseria y los bombardeos. Comenzaban las manifestaciones urbanas de protesta, arrancaba el mundo moderno y supuestamente libre, democrático. En las postrimerías de esta década comienza a incidir en las actividades culturales un joven bachiller, a quien conocemos como Mateo Morrison, poeta y socialista medular, nacido en sus propias palabras: «Del lado de los pobres». Un animador cultural incansable, de grandes aportes, tan valiosos como para marcar toda una época de actividad literaria en su país. Por todo esto, siento gratitud hacia el autor y a la editora Amargord, por invitarme a este hermoso proyecto de antología poética sobre la obra de Morrison.

El 21 de mayo de 1967, Mateo Morrison, junto a otros jóvenes como: Alexis Gómez, Enrique Eusebio, Soledad Álvarez y Rafael Abreu Mejía, funda el grupo cultural La Antorcha, en el que se hacían lecturas poéticas y de cuentos, se discutían temas relacionados al teatro, llegando, incluso, a realizar una obra alusiva a Jean Paul Sartre y el existencialismo. Además, organizaban diversas actividades que los ligaban a otros grupos de la época como La Isla, La Máscara y El Puño, con los cuales coexistían y, a veces, confrontaban, no solo por asuntos literarios sino por contradicciones ideológicas en el plano político dado el carácter y los lineamientos radicales de algunos de estos.

El mismo Morrison llegó a confesar que sintió, en un momento, más empatía con los miembros de La Isla que con los mismos de La Antorcha, puesto que, en la primera, había figuras como Norberto James, Antonio Lockward y Andrés L. Mateo, con quienes comulgaba en el marxismo leninismo. En medio de toda esta efervescencia popular es que comienza a condensarse la poesía de nuestro autor, hijo de una joven dominicana de nombre Efigenia Fortunato y de un inmigrante jamaiquino llamado Egbert Cleveland Morrison, quienes se preocuparon, pese a las limitaciones de recursos, de que su hijo recibiera una buena educación y una actitud de esperanza ante la vida, que resuena como eco tras la atmósfera de agitación de sus primeros textos. Pero tampoco podemos olvidarnos de que, incluso antes que naciera La Antorcha, Mateo también recibió una fuerte influencia del poeta haitiano Jacques Viau Renaud, quien se convirtió en mártir al sacrificar su vida en defensa de la patria dominicana, que es también la suya.

Todos estos poetas y otros como René del Risco, Jeannette Miller, Miguel Alfonseca, Juan Sánchez Lamouth, entre una larga lista, vivieron o combatieron en la guerra civil de 1965 y la Ocupación Norteamericana en Santo Domingo. Conflicto bélico que ha marcado la historia del país hasta estos días, y al que la poesía no pudo ser indiferente, no ante la frustración de un proceso democrático que validaba la voluntad popular por primera vez en más de treinta años de despiadada tiranía de los Trujillo. La indignación era tan grande, tan desgarrante, que no hubo sensibilidad, ni un solo corazón de poeta que no rayara en el verso como el fósforo en la pólvora, tan solo un día o en el silencio. En medio de esta triste realidad muchos poetas sucumbieron, no ante la opresión política, que sí la hubo, sino ante el dogmatismo. El sacerdocio de la militancia comunista confundió a muchos escritores que, bien intencionados, sin duda, creyeron que con cargar el verso de municiones lograban la calidad y la excelencia del arte literario, lineamientos estéticos dictados como política de propaganda más que un genuino trabajo artístico. Pero, de alguna manera, la poesía sobrevive, la denominada generación de posguerra, así como sus antecesores del 60, nos legaron una cosecha de escritores destacados, entre ellos, los ya mencionados aquí y otros, especialmente quien nos ocupa, claro, Mateo Morrison. De esta época es también el origen del concepto Joven Poesía que acuñarían Morrison y el poeta Tony Raful, tomado de un trabajo periodístico de la francesa Marianne de Tolentino, a quien ellos bautizarían como su madrina, los nuevos exponentes del género lírico en la República Dominicana, en aquellos entonces novísimos tiempos, años posdictadura, permeados de fervor libertario, de nacionalismo, pero sobre todo de poesía, pura tan pura como una gota de lluvia en el verde de una hoja, tan real como el nido de un pájaro en el alambrado urbano.

Es justo decir, además, que no todos los poetas de posguerra eran entusiastas con las ideas revolucionarias, no militaban, ni estaban de acuerdo en usar el poema como instrumento de algo ajeno a la poesía en sí misma, dado que ella es todas las cosas y ninguna a la vez. Pero igual eran rebeldes y experimentales. Cabe destacar, entre estos, a dos exponentes de gran calidad como Alexis Gómez Rosa y Enrique Eusebio, ambos descansan en paz en el cielo de los poetas.Frente a las frecuentes críticas recibidas por la Joven Poesía, en el sentido de que no había podido superar las barricadas ni el tema político en sus obras, manteniéndose de espaldas a las diferentes aperturas estéticas, el mismo Morrison llegó a decir en defensa de sus coetáneos y su obra particular: «Yo pienso que donde se define la condición de poeta o no, de creador literario, es en la página en blanco. Los valores acumulados por la generación de posguerra no están dados por aspectos éticos y las actitudes ciudadanas que contra la dominación y explotación asumieron sus integrantes. De lo que se trata es de qué valor tiene en el contexto de nuestra literatura el conjunto de poemas escritos para esa época por nosotros. Decir que nuestra poesía fue estrictamente de denuncia y de contenido político es una clara evidencia de que no se ha leído lo que escribimos, o se actúa movido por razones que desconocemos, pero que están más cerca de una actitud patológica que de algo real. Para poner solo algunos ejemplos, desde La presencia del mar, de Enrique Eusebio; Masculino-femenino, de Alexis Gómez; Si nacieras llamándote Luis Pérez, de Soledad Álvarez; la mayoría de los poemas de Tony Raful; el poema «Mallarme», de Rafael Abreu Mejía; Encima de la lluvia, de Edgar Hernández, no pueden ser clasificados de políticos», (El oficio de la palabra, de José Rafael Lantigua. Impresora Soto Castillo, 1995).

Llegada la década de 1970, y pesar de que sus poemas circulaban entre sus compañeros, Morrison todavía no había publicado ningún libro íntegro. Sí había aparecido una publicación conjunta de poetas y narradores, cuya sección de poesía se tituló «Poesía I», en la que se incluían algunos de los primeros poemas de Mateo. No es hasta 1973 cuando solicitado por Tony Raful, quien se dedicó a mecanografiar y editar lo que sería el primer y tan esperado libro Aniversario del dolor, el más comprometido y profundamente social de los escritos hasta hoy por nuestro poeta, publicado en la editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), bajo el sello Bloque. Aquí Morrison alcanza las cuotas más altas de su poesía social y se perfilan, además, algunos de los temas que luego se convertirán en fundamentales en toda su obra, entre estos el tema amoroso, la familia y el mar. La crítica lo recibió con entusiasmo, el calor de sus compañeros de letras y de la militancia no se hizo esperar y se convirtió así en su libro emblema por unos diez años que pasaron sin ninguna publicación de su obra. 

Este fue un período de ardua labor cultural desde la misma universidad donde ocupó varios puestos hasta alcanzar el de director de Cultura, puesto que le permitió viajar por todo el país y hacer contacto con los más diversos grupos y proyectos artísticos que se desarrollaban para esos años. Esto lo convirtió en un símbolo de la promoción cultural, no solo en su país, sino en el Caribe y otras latitudes de América. Fundando grupos en uno y otro rincón de la República, sus obras más trascendentes como gestor han sido la creación del Taller Literario César Vallejo y el Encuentro Internacional de Escritores Pablo Neruda, que reunió en la nación hasta el día de hoy el mayor número de intelectuales de diversas vertientes y alto reconocimiento. Por su lado, el César Vallejo es el primero (1979) y más legendario taller literario fundado en República Dominicana. La primera camada de escritores que acogió fue nada más y nada menos que la de los integrantes de la generación poética de los ochenta, con nombres como José Mármol, Plinio Chahín, César Zapata, Dionisio de Jesús, León Félix Batista y otros, muchos de ellos establecidos y galardonados en el panorama nacional e internacional. Son estos también, más emocionados por el misticismo y la plasticidad de la muy anterior Poesía Sorprendida que por el arrebato romántico y revolucionario de la Joven Poesía, quienes se manifestarán opuestos al discurso de sus mentores. Acogen con un respeto distante los logros de Morrison en su primer poemario, esto como prueba del espacio de libertad creativa abierto por él en la universidad primada de América.

El silencio se rompe en 1983 con la publicación del segundo poemario de Mateo Morrison, Visiones del transeúnte. Continúa la atmósfera política y se ahonda más en el tema familiar, es en cierta medida, un libro compilatorio de temas y personajes que revelan sus aficiones en un tono más fanático que sentimental, con ironías y desafíos al orden establecido desde una simple escena amorosa. Se registra, además, una gama más amplia de aperturas estéticas, aunque no siempre necesariamente más fecundo que en su antecesor.

El libro logró aceptación parcial, pero no despertó el entusiasmo total de los jóvenes creadores del momento, que esperaban a lo mejor algo más despejado del tema social, quizá más cercano al gusto en boga que devino en la hoy conocida «poética del pensar», una estética que no soportaba las fatigas del discurso comprometido ni las rusticidades del romanticismo más beligerante.

La reticencia, digamos que moderada, de la nueva crítica hacia la obra de Morrison empieza a cambiar, en cierto grado, con la publicación en 1986 de Si la casa se llena de sombras. El nuevo poemario que aborda completamente la poesía amorosa, compuesto, al igual que el anterior, de textos breves, pero de mucha mejor factura poética y sin mayores visos de literatura comprometida. En este texto se puede afirmar lo declarado más adelante por Marcio Veloz Maggiolo en la presentación de la antología amorosa Visiones del amoroso ente (1991), de Mateo, que él es y ha sido siempre un poeta del amor, tanto como de la negritud y lo social. Mientras que el muy joven León Félix Batista llegó a afirmar de Si la casa se llena de sombras, la «instauración de un decir nuevo en un poeta», «una puesta en escena de una jerarquía literaria del significante». Con esta victoria estética, Morrison enfila el rumbo de su obra hacia un horizonte más amplio de formas y temas, guardando su acostumbrada sencillez y escaso rebuscamiento retórico.

Así fueron apareciendo otras publicaciones pasivas y una antología amorosa personal en 1991 y, en ese mismo año, su cuarto poemario A propósito de imágenes, basado en las pinturas del maestro Dionisio Blanco. Este es, quizá, el ejercicio más puro del lenguaje que haya realizado Morrison en su obra poética y el cual le acarreó la amplia aceptación de la crítica, incluidos los reservados ochentistas, quienes encontraron en este poemario las correspondencias más cercanas a la estética de su novísimo grupo. El mismo José Mármol participó en la presentación del libro y, en su ponencia, situó a Mateo Morrison a partir de este libro y por primera vez, como un «poeta moderno». Aunque el poeta y crítico ochentista destacó algunos de los vates más experimentales de la Joven Poesía, como Enrique Eusebio y Alexis Gómez, también arrojó duras sentencias sobre la vieja estética de sus predecesores, llegando incluso a afirmar que el decenio de los 60 retrasó y cortó el vuelo al desarrollo que ya habían impulsado en la República Dominicana movimientos renovadores como el vedrinismo y más tarde el pluralismo:  «El mundo es otro para el poeta moderno que ahora pulsa en Mateo Morrison», afirma Mármol, quien al mismo tiempo peca en su dogma «moderno», con la afirmación unidireccional de que «poesía es pensamiento». 

En 1996 Mateo publica Nocturnidad del viento / Voz que se desplaza, un volumen compuesto por dos poemarios de factura poética distinta. El primero un acertado y más ambicioso poema, escrito prácticamente por extractos hasta conformar una sola estela lírica de atmósfera sombría y de muerte. Un reto del autor a sí mismo para lograr un poema más extenso y de una calidad anhelada y aún no alcanzada en ese momento. El acierto fue, sin duda, notorio, pero con el sabor personal de una mayor exigencia permanente del escritor frente a la obra. El segundo, sin grandes novedades, trajo la misma sencillez y economía de lenguaje del autor. Así concluye el primer período de la producción poética de Morrison, tras un recorrido de más de veinte años y con una obra sucinta pero elaborada con una dedicación paciente e inclaudicable, que en 2010 le valió el Premio Nacional de Literatura, máximo galardón en República Dominicana por la obra de toda una vida de un escritor.

La segunda etapa de la obra de Mateo empieza a ver la luz en el año 2006 con la aparición del poema-libro Dorothy Dandridge, texto de gran importancia en su bibliografía en el que se aborda el tema de la negritud desde el punto de vista de la belleza y el glamour encarnados en la figura de la actriz y cantante homónima, famosa por su actuación en la adaptación al cine en 1953 del musical Carmen Jones de 1943. Aquí la plasticidad y la imaginación de Morrison se entrelazan con la historia de la icónica artista afrodescendiente de Estados Unidos. Emoción y lirismo alcanzan en este poema uno de los mejores momentos de nuestro aedo caribeño.

Ese mismo año continúa con la publicación de Soliloquio desnudo, hermoso poema amoroso acompañado de una atinada recopilación de poemas anteriores. Dos años más tarde, en 2008, se publica también Espasmos en la noche, quizá uno de los poemarios mejor logrados de Morrison desde A propósito de imágenes; escrito con una entrega total al acto poético y despojado de viejos lastres dogmáticos y deudas con la crítica. Es, sin miedo a equivocarme, el más equilibrado de sus textos poéticos.

Este nuevo período continúa con nuevos títulos como Estático en la memoria (2009) y su incursión en el poema en prosa con textos como Ojos de madre, vientos de guerra (2010), en el que reaparece, con renovados aciertos, el tema social. Ese mismo año publica el que sería su poema más ambicioso, «Pasajero del aire», texto de prosa alucinante y densa, con momentos de gran factura y plasticidad literaria, que les ha merecido una considerable proyección y varias traducciones a lenguas como el inglés y el francés. Otros títulos importantes como El abrazo de las sombras (2011), Tempestad del silencio (2014) y Terreno de Eros (2017) concluyen, quizá, la última etapa conocida de la obra poética de Mateo Morrison, un trabajador incansable de la poesía y su difusión, un aliado incondicional de la juventud literaria, del porvenir y la esperanza. Se halla en él una fuente pura y sincera de poesía y una labor gigante que trasciende la página en blanco y alcanza el campo de la batalla cultural.

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