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Rafael Américo Henríquez vivió inmerso en un disciplinado ambiente literario, entre personalidades como Fabio Fiallo, Ramón Marrero Aristy, Manuel del Cabral y Héctor Incháustegui, que junto a otros visitaban con frecuencia la casa del escritor Enrique Henríquez, padre del poeta.
A pesar de pertenecer a una estirpe de intelectuales, su obra ha sido poco difundida, permanece en un rinconcito de la historia, reseñada entre el Postumismo y la Poesía Sorprendida.
Entre sus publicaciones importantes está “Rosa de Tierra”, Editorial Poesía Sorprendida, 1944, poema en prosa que constituye uno de los grandes legados del surrealismo en República Dominicana, y “Briznas de cobre”.
Ambos títulos y otras publicaciones en periódicos y revistas de la época (1899-1968) conforman hasta donde conocemos, la obra publicada de este autor. Mientras que una tercera parte, según Manuel Rueda y Jorge Tena Reyes, permanece en cuadernos manuscritos de difícil legibilidad, guardados por los familiares del poeta. Valdría la pena un esfuerzo para que sean descifrados y publicados.
Su obra está compuesta desde pequeños textos, ligeros, pero medidos y rimados con mínimo cuidado, hasta breves romances, versos sin rima y poemas en prosa escritos en un estilo ondulante, lleno de símbolos, tradición y vanguardia, que alcanza una plasticidad que desborda el cauce del asombro.
Sin embargo, hay algo siempre remoto, arcaizante en su palabra, que remonta a lejanos caminos, a orígenes, formaciones y cambios: dígase aquí, la movilidad del misterio, tornillo de su alucinante poesía, cuyo valor sensorial alcanza cuotas de gigantescos poetas.
Su lirismo es suave, musical, la altura es placer de onda distribuida en versos unas veces en arte menor, otras de arte mayor, con una combinación alternada de la rima, no tan rica en vocales, pero sí en evocaciones y sugerencias provistas de asombrosa sutileza.
Rara vez su hilo conductor llega a regirse desde “el yo”, predomina la observación del paisaje y la acción planteada desde un tercer punto.
Metal de los crepúsculos, noches alucinantes, sueños, colores y mutaciones constantes son evocadas, ilustradas con finísima delicadeza, apelando siempre al sentido cósmico de lo sensorial antes que a la idea o experiencias desgarrantes; de aquí que su poesía es siempre alegre de su hermosura y asombrada de lo que ve.
No menos asombroso que lo lírico, es el aspecto épico en Rafael Américo, bien hablan de ello los trazos místicos con que caracteriza a sus personajes, que antes que luchar contra monstruos o imperios, lo que hacen es un tránsito fantástico hacia un indefinido ser, solo entendido desde la óptica de una embriagante poesía de los sentidos.
Romance de la luna llena”, “El Ozama”, “Romance de la una locuaz”, “Una luna”, “Romance de una amiga tal”, y la mismísima “Rosa de Tierra” son algunos de los textos donde podemos percibir a un poeta épico cuya historia no ha sucedido nunca, ni ha sido jamás otra cosa que lámpara en un sueño y sombra que arroja la lámpara bajo las criaturas en vuelo o en “actitud de volar”; toda historia en Rafael Américo es una secuencia vaga, repleta de difuminaciones que transmutan al ser en su afirmación y negación simultáneas, fluctuando de manera continua hacia la fijación de lo impreciso.
El universo en la poesía de Rafael Américo Henríquez está lleno de colores brillantes como el amarillo y la plata, una sensación frutal asoma por sus versos más cercanos al Postumismo, mientras que en sus creaciones más oníricas se ve el despliegue de símbolos como el mar y la marinería, la mujer, lo inefable y entre otros, uno casi tan continuo, que es la luna. Ningún poeta dominicano está tan aferrado a la luna como el autor de “Rosa de Tierra”.
Abundan las repeticiones, que se envuelven y se trasponen estirando al máximo sus vértebras, dando lugar a una austeridad de elementos que para nada significan pobreza, sino singularidad, la magia de lograr una alquimia casi inagotable con escasos elementos de un paisaje que permanece sin perder frescura ni novedad, siempre matizado por un magistral juego de luz y sombra.
Otro poeta no hay, en nuestra isla, más aferrado a las alas de la forma, así el significado es apenas, quizá, resultado del ritmo y la palabra, hechizo que domina en su totalidad la entrega de Rafael Américo, que subordina la idea en su poética, a solo reflejo de la continuidad, la borrachera y la movilidad de sus metamorfosis, del “pez de la mar llevado por el viento a ser pez de la luna” o “pájaro que es pájaro y sombra de pájaro en actitud de volar”.
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