Si algo criticable tiene la
poesía de la actual generación, sin limitarnos a la geografía nacional, es que
una buena parte de lo que se ha producido hasta hoy adolece de superficialidad,
líneas increíblemente sosas, sin huellas de una conciencia creativa que vaya
dejando trazos de su “sistema”, sin embargo hay talentos muy notables, gente
verdaderamente de peso en medio de hojarascas.
La superficie se ha sobrepoblado de versos, pero la
profundidad y las alturas permanecen siempre despejadas, sin multitud ni ruido
el templo interior, la conciencia del poeta, no abunda tanto como parece, se ha
atentado contra el espíritu; en nuestra época hay un hado suelto que mantiene
al hombre desvinculado de su diálogo esencial, así nace una poesía hecha de
objetos y productos, sintética hasta aburrir.
Imagino a Mallarme planteando que la poesía se hace con
palabras, —claro, cómo no—, ¿fin de la incertidumbre? Ahora imagino que alguien
me pregunta, con qué se hacen las palabras, en este punto me detengo, no
podemos hacer algo mejor que reflexionar como el hombre de Rodin, buscando
entender la profunda relación entre la lengua y el pensamiento, la conciencia
del mundo y de nosotros mismos.
Escribir nunca será amontonar
palabras que, más que textos parecen comerciales de VH1, —fresco, ligero y
sonriente—, como salidos de la mente de un existencialista cómico que no ha
leído a Kierkegaard y trata de ser irónico en la página para bromearse a toda
la galaxia de Andy Warhol. En fin, quién te cobra por agregar una y mil
palabras a tu pequeño objeto llamado poema.
La “ciencia” ya no es gaya, hablando a rasgos generales,
sin puntualizar, y perdón, pero ni siquiera es ciencia ese trinar. La alquimia
del verbo, como la llamara Rimbaud y que luego García Lorca definiría como el
misterio, palidece con el poco interés por la lectura o la banalización del
conocimiento, cuando no se tiene sed ni hambre, cuando las fiebres de la razón
no humedecen nuestra almohada y no soñamos más que con los objetos y productos
para nuestra felicidad.
Ser poeta es una misión impuesta por ese misterio
lorquiano, lograda a través de esa intensa alquimia verbal que incide en
nuestros pensamientos y transforma nuestra realidad. Conozco a un periodista
que no pierde la ocasión, cada vez que me lo encuentro, de pedirme que le
explique por qué “Los versos del capitán”, de Neruda, le conmueven el alma y lo
hacen dormir feliz. Ese es el poder del arte, lograr esa conexión con lo más
íntimo del ser, única, inteligible sólo desde la singularidad de su forma.
Todo lo que es poesía se
entiende en su lenguaje, su mística particular proporciona estímulos y
reacciones, pero lo que no se entiende, no es poesía. No se puede ser
insensible, hay algo vivo que acompaña cada palabra, siglos de pasado y futuro
se concentran allí; la historia de toda la humanidad es la que sostiene la
belleza de un verso. Desvincularse de ese diálogo es un atropello a la
sensibilidad, al individuo y a los demás (los lectores), quienes llamados por el
mismo misterio, necesitan de la literatura, la del alma, la del fatum o la
feliz.
Entender también es sentir, una forma de fe, en el arte
las fronteras son difusas y si existen es porque resulta estéticamente correcto
borrarlas. Entonces es necesario conocer, el poeta es un sabio de sí mismo, al
mismo tiempo resultado de la historia, un profeta que anunciará nuestras
guerras, nuestras pasiones, nuestro orgullo, para cantarlos como ofrendas a la
posteridad.
El legado de la poesía cuando no está en sus cumbres hay
que buscarlo en sus profundidades, el punto medio, ese terreno llano que es la
superficie, no es para nada el más idóneo, la mansa llanura no estimula nada
más que la vaguedad, no se generan adversidades y la necesidad de saltar
desaparece. Para muchos es muy fácil acomodarse ahí, hay que verlos yendo y
viniendo con sus “nuevas palabras”, que quizá nunca tendrán contacto con la
“tinta y el papel” porque nacieron en la pantalla de un Ipad.
Más de uno ha sonado la alarma ante una generación sin
vigor, que pretende a fuerza de ingeniosidad y risa colar una débil poesía,
dibujada, coloreada, de todo para que sea graciosa y nada sirve tras uno y otro
intento, porque la poesía cuando nace lo hace de pasiones vivas, profundas, de
la palabra y sus potencialidades humanas y divinas.
(Este artículo, de un servidor, José Ángel M. Bratini, se publicó por primera vez el 17 de marzo de 2019 en El Nacional)
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