Una frase sacada de una serie de Netflix dice que “no se puede evitar el dolor pero el sufrimiento sí”, esta es una idea elaborada con el propósito de entretener el cerebro de manera relajada por unos cuarenta minutos, sin embargo se deduce en ella una valoración de estos dos fenómenos, dado que el efecto del daño es manifestado según la interpretación cultural que se tenga de la situación que lo produce.
Para referirse a la historia de los descendientes de esclavos traídos desde África a las Antillas el poeta dominicano Norberto James Rawlings escribió un verso sencillo desde la forma, pero abarcador en su significado: “La tristeza nos precede”, dijo el bardo en su poema “Sobre la marcha”, de su libro homónimo de 1969. Esta tristeza que antecede cada paso del hombre negro es conciencia de su historia y curso de su devenir, conciencia que permanece encendida en las lumbres de la poesía afroantillana, pero que además es militante de las luchas por sus reivindicaciones sociales y, cómo no, por la simple dignidad de percibirse como ser humano.
En la poesía, como en la realidad más histórica, la vida del hombre negro está signada por la tragedia y el trabajo duro, por la exclusión y toda clase de barbaries innombrables de épocas que se resisten a borrarse completamente de la historia. Para finales de los años sesenta otro poeta dominicano escribió lo que para 1973 se publicó como “Aniversario del dolor”, un poemario donde resuena la angustia y el martirio de aquellos 476 latigazos (años) que se cumplían entonces desde la llegada de los colonizadores europeos a este arco caribe de islas que testimonian en un crisol de lenguas los hechos indignantes proferidos por quienes cargaban la cruz y la fe en un dios misericordioso.
Norberto James Rawlins y Mateo Morrison son dos poetas de la generación de posguerra en la literatura dominicana, ellos coincidieron en ideas políticas y estéticas, y son hijos y herederos de esta conciencia histórica, dos exponentes de la negritud a quienes les tocó, junto a otros compañeros —grandes— como Juan Sánchez Lamouth y Jacques Viau Renaud, ser testigos (y en algunos casos víctimas mortales) del episodio convulso denominado Revolución de Abril. Este es uno de esos momentos en que “el síntoma del cuerpo” repercute, como latido de corazón y pensamiento a la vez, en un golpe de moral que avalancha las pasiones y ensalza los cantos de la poesía, con sed de justicia y dignidad para los pueblos del mundo.
Ambos supieron traducir desde sus primeros poemarios esta memoria del llanto, Morrison por su parte lo hace como un dedo acusador que ha de señalar inequívocamente al culpable: “Yo soy un hombre criado por el lodo y la esperanza / geográficamente nacido en una isla. / Históricamente esclavizado / e ideológicamente del lado de los pobres./ Ahora digan ustedes / identifíquense”. El poeta está determinado en su lucha mas su lírica no sucumbirá ante el arrebato de la emoción revolucionaria en desmedro de la forma estética, sino que ambas emanarán con fuerza de esta fuente que es la indignación ante los flagelos de la historia a su propia sangre y patria.
Bien lo dijo James Rawlings de manera contundente: “Ya habremos dado pruebas / de la firmeza de este odio que nos unifica”. Aquí la experiencia particular asciende a la colectiva y unifica en un abrazo militante la causa de millares de hombres y mujeres semejantes en la oscuridad de su piel y su geografía. Sin embargo, como si no hubiera justicia bastante para indemnizar tan profundo dolor el mismo poeta proclamará en su célebre poema “Los inmigrantes”: “Aún no se ha escrito / la historia de su congoja”.
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