El libro
“Próximo pasado”, publicado en septiembre de 2018 por la editora Praxis, de
México, y presentado este año (2019) en la Feria Internacional del Libro de Santo
Domingo, es resultado de lo que su autor, León Félix Batista, define como “mala
práctica poética”. Su mal hábito consiste en andar fusionando libros, en este
caso, la “mixtura-excritura” entre los poemarios “Mosaico fluido” (2006) y “Un
minuto de retraso mental” (2014).
En ambos
libros el autor ochentista (entiéndase el contexto dominicano) se despoja de la
prosa configurada en su cajita central, donde condensa su acostumbrado estilo
neobarroco para darnos una lectura más despejada a través del verso.
En un
esfuerzo por comprender este padecimiento encontramos síntomas de esta idea,
años atrás, a principio de siglo, cuando salió a la luz su “Burdel Nirvana”.
Habla el poeta en sus “Dracones draconianos” de las “formas mixtas” fluyendo
hasta confeccionar el traje perfecto, “sin fisura que dimane su interior”.
La
estructura de este “Próximo pasado” está dada por pequeñas composiciones
organizadas en pares, en una secuencia de reloj que marca de cero a cincuenta y
un segundos. Uno por uno sus cien poemas revelan cien serenidades, aunque sólo
sea una aparente calma, pues el mar brama en el oído matemático del poeta.
Resaltamos
aquí la música y el ritmo, sueltos en el instinto, en persecución de la
belleza. Las estrofas, como antillas de un mar entrópico, se agrupan de a dos,
tres y más versos. Se observa, en su distribución, la espontaneidad del verso
libre, sin embargo hay noción latente de métrica, diluida
pero visible.
León Félix,
que sepamos, jamás ha medido sus versos antes de escribirlos, está absuelto del
cargo que acusa sus líneas de estar dotadas de simetría. Tras un rastreo ligero
hemos detectado, por expresarlo de alguna manera, estribillos rítmicos de arte
mayor que resuenan entre estrofas compuestas por heptasílabos y octosílabos,
sin asomo de rima por ninguna parte; todo está logrado a fuerza de ritmo y
densidad metafórica.
León sigue
siendo barroco, es su signo, su estilo por excelencia. Pero en este libro
notamos que nos ha dejado una rendijita abierta, de esa ventana que da hacia el
sentido. Se nos muestra ligeramente más conciso, el verso parece sugerirle
economía de palabras, he aquí, según inferimos, que el poeta afina su oído para
lograr la simetría y la sonoridad sosegada de estos breves poemas.
Casi todo
lo mencionado anteriormente es un intento de explicar aspectos exteriores del
texto en cuestión, más adentro está el tiempo como constante temática, la
memoria fluida en destellos, quemada en la brasa, leño a leño hasta formar una
hoguera de recuerdos, un big-bang con destreza de demiurgo, reconstruyendo la
fugacidad del pensamiento anclado en esos momentos desbordados por su enigma,
sus “vacíos evocados”.
A Víctor
Hugo le atribuyen la frase que reza: “El recuerdo es vecino del remordimiento”,
pues son las experiencias más duras las que se estampan de manera más
permanente, dejando en cicatrices el relieve de una vida golpeada por los
avatares de la adversidad.
En “Próximo
pasado” hay memorias que llegan con ahorcadura, “sumando cataplasmas” a “una
vida que uno mide / en horas de niebla”, por hablar en su lenguaje. León fija
el recuerdo como creación y recreación de un universo propio, único, que ya ha
sido, dice el autor: molido por el “reloj dentado”, monstruo antropófago, el tiempo
de los hombres, la historia, traducida al lenguaje de fuga que es la poesía.
En la
concepción trágica del pasado están las fibras sensibles, la humanidad del
hombre, su fin. León se refiere a estos duros recuerdos como "reinado de
aridez", se descarga contra ellos en adjetivos contundentes como "el
episodio puro", el "nefasto pleamar", por decir de algunos
casos.
La
seguridad está en la experiencia, el poeta se apodera de ella, encuentra sus
acentos para proporcionar el tono, lo brinda, seguro de su visión; sabe que en
el presente todo es confuso, la duda traza el laberinto donde la vida se torna
encrucijada, y el destino una incertidumbre.
Norberto
James tiene un verso que dice más o menos así: "Desde el principio todo
fue foráneo, ajeno". Esta línea subraya cómo nos diluimos cuando todo
comienza, en su transcurrir hasta ignorar que todo cuanto nos ocurre nos
construye, y nos acompaña. Es al final cuando la vida es más nuestra, más
interna, con heridas profundas, dolorosas; toda esa sustancia transmutable en
el signo de la palabra.
(Este artículo, de un servidor, José Ángel M. Bratini, se
publicó por primera vez el 5 de mayo de 2019 en El Nacional)
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