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Betty Boop



A orillas del río Ozama,
Betty Boop en Santo Domingo
nació bajo el ojo de las estrellas saladas.

Betty Boop rompiendo las olas
de las avenidas,
convirtiendo sus miradas en aves rapaces,
surgiendo de los prostíbulos
como una luna de torneadas piernas.

Caminando por la calle Duarte
despertando los piropos de craqueros,
sandwicheros, comerciantes y motoconchos
y hasta el silbido aquel
que sale escurridizo por la ventanilla
de un Mercedes Benz.

Ella y sus ojos redondos, brillantes
rodando por el malecón
donde los lobos aullan al terror
de la urbe que se oxida frente al mar.

Ella cuya voz no sé cómo adjetivar,
cuyo rostro hace que el cielo sea más redondo
y cuya boca es el centro mismo del universo.

Betty Boop dominicana,
madre de diez mil orgasmos anónimos,
acróbata de besos y piernas cruzadas.

La que en la cola de un motor setenta
escapó de casa en su cumpleaños número quince,
la que se emborrachaba con los ángeles del vino
y la pereza,
la que en tacos altos y minifalda subió al cielo
y bajó a la tierra propagando
las bendiciones de la desnudez.

Ella misma que se estrujó en la brisa
de todos los ghettos
y despertó en la maraña de los brazos
de un hombre cualquiera.

Ella enemiga de las monjas,
cultora de caricias
en la humedad de las sábanas,
agotó las auroras en sus pestañas largas.

Betty Boop la metáfora,
la flapper, la culebra redonda
que encestó los besos en los labios de oro.

Seduciendo a los viajeros que pasan
por alguna de las orillas
de sus noches,
reanimando los abrazos
que mueren en sus hombros,
los corales de sus manos,
los astros que iluminan su mirada.

Ella la que conoció a todos los poetas
y floreció en más de mil sonetos de taberna.

Ella algodón rosado
que hace olvidar las heridas del amor,
nepente del despecho
y quimera de adolescentes en ansias.

Betty Boop, luna, cielo, mar, ostra...




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